Retratos Andinos: Visión Limeña

Artículo de Cine: esto es lo nuevo
de Sin Sangría
por. Conny Campos
MÁS DE 250 ÓPERAS PRIMAS estrenadas; 2 películas en animación 3D; 6 cintas realizadas por incipientes directores de Ayacucho, Huancayo y Puno y alrededor de setenta galardones obtenidos en menos de un lustro. Dándole, a la aún inexistente industria cinematográfica peruana, un hálito de esperanza que le permita algún día, dentro de mis utópicas predicciones, ver la luz. Así, estos últimos 3 meses, en que nos sedujeron las proyecciones comerciales de Madeinusa y La prueba; se percibe un punto común entre ellas: la innumerable cantidad de festivales y muestras internacionales en las que han participado, pero ¿cuáles son los elementos fílmicos que se entretejen en estas cintas?

La candorosa Madeinusa ingresa a un pequeño cuarto en desuso; se sienta en el suelo desprovisto de cemento, junto a una caja de madera en la que guarda celosamente recortes de íconos limeños y lo más preciado para ella: los aretes de su madre, quien abandonó a su familia rumbo a la capital. Ésta es una de las escenas iniciales del largometraje, la cual, además de manifestar cómo los mass media exponen ante la muchacha un conglomerado de lo que le puede brindar el huir de Manayaycuna, su pueblo natal; es una representación de lo que anhela y no encuentra en su mundo. En sí, Madeinusa engloba una narrativa sencilla, pues gira en torno a la motivación de su protagonista, en presentar las situaciones que se convierten en el móvil para su escape: los pertubadores acercamientos sexuales de su padre Cayo, alcalde del pueblo, y las insolencias de su hermana Chale. Mientras Salvador, un geólogo limeño, llega a Manayaycuna y es recluido por Cayo, demostrando el desdeño de sus habitantes por lo foráneo; contraponiéndose así al título de la película: ¡¿Cómo alguien de este poblado puede llamarse Made-in-usa?! La inserción de este personaje -uno de los símbolos que emplea, Claudia Llosa, su directora- y, que por cierto, es un código de fácil lectura ya que el propio nombre lo anuncia: Salvador; significará una suerte de pretexto hacia el objetivo de la joven, por el que está dispuesta a realizar cualquier cosa, pues de todos modos “es Tiempo Santo, no hay pecado: Dios está muerto y no puede ver”. Escenas entrelazadas sutilmente con la música de Selma Mutal y acentuadas con valores nocivos como el incesto, la envidia, el engaño y el parricidio; mediante las cuales, Llosa no pretende estereotipar a sus personajes con estos desperfectos de la psicología de los mismos, ni convencernos que los pobladores andinos son así en realidad. En todo caso, la cineasta, a través de una perspectiva poco convencional de la cosmovisión andina, nos muestra una comunidad plagada de iconografía, idiosincrasia y ritos exagerados. Calificando su labor como una película que conjuga verdad y ficción, pero con mayores tintes de la última; sin desmerecer el barroco despliegue visual en la totalidad de su ópera prima.

Alejados de la imaginaria Manayaycuna, La prueba nos traslada a un remoto pueblito arequipeño, Sibayo, exponiendo a la vez el viaje que emprende Miranda desde Lima. Característica por la que es clasificada como road movie (“película de ruta”); dándole a Judith Vélez, su directora, una excusa para incluir los inconvenientes que atraviesa su protagonista en búsqueda de su padre. Estos le ayudarán a reconfigurar sus actitudes, percatarse de sus prejuicios y reflexionar sobre su idea de justicia. Desde el inicio y conforme va dilatándose la trama, Miranda tiene un objetivo específico: llevar a su padre, quien espera que su condena prescriba, a la capital debido a que su hermano necesita un donante de sangre y es él quien posee su mismo tipo. Más adelante, la joven, colmada de secretos, irá revelándose y su búsqueda será más profunda; pues la esencia de la película es su exploración interna con la finalidad de hallar un orden a su vida, personificado en la figura paterna. Respecto a sus escenarios, Vélez eligió el cañón del Colca para recrear La prueba ya que su valoración sobre el paisaje la impulsa a considerarlo elemento imprescindible en el recorrido de Miranda. Éste se convierte en espejo de sus emociones, matizado con tonos grisáceos y
[... Continúa]

[Lee el artículo completo en el segundo número de Sin Sangría: Edición Impresa]

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